Identidades patologizadas: trastornos de personalidad
Al dar o recibir un diagnóstico de “trastorno de personalidad”, psiquiatras, psicólogos y pacientes han asumido que se trata de una condición “incurable” o crónica, como si se tratase de una especie de “enfermedad terminal”trasladada al plano de la salud mental.
Sin embargo, es importante cuestionar esta presunción a la luz de las nuevas teorías y abordajes terapéuticos que ofrece la psicología clínica y pensar en las implicaciones de los criterios diagnósticos vigentes en personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas. ¿Qué lecturas actuales ofrece la psicología clínica alrededor de los trastornos de personalidad?, ¿qué distinciones son necesarias en los criterios diagnósticos al trabajar con personas sexualmente diversas?
La personalidad y el ABC de sus alteraciones
Los trastornos de personalidad, que ubican como eje patológico lo que popularmente entendemos como la “forma de ser” de las personas, son el diagnóstico psiquiátrico más frecuente, siendo otorgado al 40-60% de los pacientes psiquiátricos alrededor del mundo. Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales –DSM-IV– los trastornos de personalidad constituyen “un patrón duradero de experiencias internas y comportamientos que se desvían marcadamente de las expectativas de la cultura a la que pertenece el individuo, son generalizados e inflexibles, de inicio en la adolescencia o adultez temprana, estables en el tiempo y conducen a un malestar o desajuste significativo”.
Dentro del DSM, estos trastornos se clasifican en 3 subgrupos: El grupo A de “trastornos raros y excéntricos” que incluye el Trastorno Paranoide, el Trastorno Esquizoide y el Trastorno Esquizotípico de la personalidad. El grupo B de los llamados “trastornos dramáticos, emocionales o erráticos” que agrupa el Trastorno Antisocial, el Trastorno Histriónico, el Trastorno Narcisista y el Trastorno Límite o Borderline de la personalidad, y finalmente el grupo C de los “trastornos ansiosos o temerosos” que incluye el Trastorno de personalidad por evitación, el Trastorno de personalidad por dependencia y el Trastorno de personalidad obsesiva-compulsiva.
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Trastornos de personalidad en clave de género
Según la Organización Mundial de la Salud, los hombres son 3 veces más propensos que las mujeres a ser diagnosticados con trastorno de personalidad antisocial; por otro lado, las mujeres reciben con mayor frecuencia diagnósticos de trastorno límite de la personalidad. ¿Son fruto del azar estas diferencias estadísticas o acaso los criterios diagnósticos del DSM se encuentran atravesados por discursos hegemónicos sobre la masculinidad y la feminidad?
Por ejemplo, uno de los criterios diagnósticos del T. de personalidad antisocial, la “irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones”, es más frecuente en hombres que en mujeres. La pregunta es si esta diferencia corresponde únicamente al mayor nivel de testosterona en sus cuerpos o también a las interacciones socioculturales en las que viven los hombres occidentales, en las que estos comportamientos constituyen una forma de ratificar y demostrar la hombría.
En el caso de las mujeres y el trastorno límite de la personalidad, dos de sus criterios diagnósticos son susceptibles de ser discutidos en clave de género: “esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginado” y “autoimagen o sentido de sí mismo acusada y persistentemente inestable.”.
En nuestra sociedad, las mujeres tienden a desarrollar una identidad mucho más conectada con el grupo social al que pertenecen, donde la independencia y la individualidad no son importantes, y se les enseña a leerse a si mismas como seres incompletos con una constante necesidad de compañía masculina y un profundo temor a la soledad y el abandono, ilustrado en la cotidianidad como la batalla de la esposa feliz versus la solterona amargada.
A partir de estos ejemplos es claro que resultan necesarios unos marcos de comprensión más amplios que vean las dificultades que atraviesan hombres y mujeres como producto de complejas dinámicas sociales que entran en choque y no necesariamente como resultado de una “enfermedad mental”.
¿Cómo se da la patologización de las identidades de género y las orientaciones sexuales diversas?
rastornos de personalidad y diversidad sexual
Respecto a la diversidad sexual y de género, se ha reportado una alta tasa de personas LGBT diagnosticadas con trastornos de personalidad. Sin embargo, al mirar de cerca los criterios diagnósticos se evidencia que los estereotipos culturales alrededor del comportamiento “apropiado” para hombres y mujeres, pueden influir en los juicios clínicos de psicólogos y psiquiatras, llevando a la patologización de algunas expresiones de género u orientaciones sexuales diversas.
La configuración de vínculos sexuales y/o afectivos no monógamos, las dificultades en las relaciones sociales y el miedo a perder vínculos importantes en personas LGBT podrían ser tomados como indicativos de un trastorno límite de la personalidad. Sin embargo, resultarían pertinentes otras comprensiones más amplias que reconozcan los marcos de referencia personales, las interacciones sociales en un contexto que puede ser hostil, así como las diversas construcciones identitarias y de vinculación afectiva en personas LGBT.
Así mismo, algunos hombres gays que son leídos como “arrogantes, envidiosos y egocéntricos” o “dramáticos, afeminados y que les gusta llamar la atención” podrían ser diagnosticados con T. de personalidad narcisista o T. histriónico de la personalidad, cuando por otra parte tendríamos que reconocer que existen otras formas válidas de construir la masculinidad además de la virilidad heteronormativa y que el acercamiento a éstas debe contemplar otros parámetros que no se corresponden con los criterios tradicionales.
En síntesis, la heterosexualidad, el binarismo de género y las formas de vinculación afectiva tradicionales no podrían asumirse como un parámetro válido y ajustado para comprender a personas con orientaciones e identidades de género diversas.
Perspectivas y posibilidades de intervención de los trastornos de personalidad
La definición que el DSM asume sobre estos trastornos deja entrever una postura esencialista alrededor de la personalidad, entendiéndola como un conjunto de características internas e inmodificables. Pararse desde esta posición elimina cualquier posibilidad de intervención psicoterapéutica.
Recientemente, nuevas posturas se han alejado de los esencialismos y han formulado teorías y abordajes terapéuticos que entienden la personalidad como un elemento dinámico, flexible, diverso y modificable de la experiencia humana, ampliando el potencial de intervención.
Por ejemplo, la psicoterapia con enfoque sistémico comprende la identidad personal como una construcción en la interacción con otros en un contexto social, cultural y político particular. De esta forma, se descentra la patología del individuo y se entiende su comportamiento dentro de un sistema más amplio, pudiendo identificar las pautas interaccionales que mantienen los problemas y el papel de cada miembro del sistema en la configuración de estos patrones de relación.
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